Se resquebraja la piel. Las palabras forman una hilera chupasangre que reseca la zona hasta penetrar por ella y salir al exterior.
Miles de soldados abren fuego ante la barrera dérmica que protege la celda donde habitan y así poder huir desenfrenadamente.
Todo el cuerpo clama su libertad.
Están contenidas, presas sin causa ni motivo. No han matado ni robado, no, solo pretenden ver la luz sin primáticos, al natural.
Es su lucha motivo de estudiosos atolondrados buscando respuestas en poros y nimiedades aliviando los síntomas con muestras cremosas que convierten al enemigo en presa gelatinosamente fresca.
La palabras, como el dolor, no pueden ser sometidas a entrenamientos de retención en celdas provincianas como si de ladronzuelos estuviésemos hablando.
Las palabras, como el dolor, son muestras de sentimientos reprimidos e indefensos, sin explicación prudente o, en el caso de que existiesen, no se han dado lo suficientemente aclarados de forma que buscan otro medio de comunicación que despiste a aquellos cientificos que estudian la enfermedad lejos de la persona que ya llevan.
El ser humano es un ser socializado, es decir, necesita sentirse miembro de una sociedad donde poder comunicar y expresar sus sentimientos, deseo, aspiraciones, etc.
Esto es o no es, según se mire.
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