De pequeñita tuve una perra que, después de la primera noche en casa haciéndose notar, mi padre decidió llamarla "Lágrima". Por esto motivo es una palabra que al pronunciarla, más que recordarme dolor o pena me produce una gran ternura.
Lágrima, que es sus últimos años la llamábamos "Doña Lágrima", tuve un machito llamado Leal.
Fruto de esta unión, en los animales está perfectamente aceptada, nacieron dos perritos: uno blanco y otro albino.
El blanco se murió así que decidimos quedarnos con el albino. Concretamente me lo quedé yo.
Le puse de nombre Cotton, y ha sido un gran amigo y compañero de aventuras de todos mis años locos.
Lo curioso es que por este pequeño tesorillo he llorado muchísimo. Se murió el año que me casé y una amiga muy sabia decía que hasta que no me encontró quien me cuidara no se murió.
El nombre de su madre me hacía sentir ternura y por él sigo aún derramando lágrimas.
Todo esto para decir que hoy, de nuevo, he estado cerca de unas lágrimas de dolor. Dolor del que me siento culpable o responsable o qué se yo. El caso es que rompen en pezados mi estado de ánimo, últimamente debilitado, me traen recuerdos y me inspiran a escribir.
Quisiera poderle quitar todo el dolor que soporta, pero lejos de acertar, sigo buscando la manera de devolver una sonrisa como cuando la conocí.
Son tres años de amargura y desconsuelo.
En algún lugar de mi corazón debe haber una respuesta a mi pregunta.
Dios la ayude.
Dios me ayude.
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