Empieza con un dolor penetrante que te llega tumbar.
No atiende a ninguna asociación latente, puede, quizás o seguro, inconsciente.
Comienzas a sudar sintiendo un frio helador.
No ataca de frente ni con luz.
¿Cobardia o inteligencia?
Desesperas aclamando ya el dolor que te devuelva la calma.
Busca un hombro en quien llorar.
Un nombre que te devuelva la realidad o un apodo que te suene a un tesoro que ahuyente a los fantasmas que no te dejan en paz.
La soledad aumenta su placer.
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